sábado, septiembre 30, 2017

 

MI CITA DE LOS JUEVES
Ejercicio de Escritura... (Taller NOS)

El tráfico cada día está peor en esta ciudad. Detesto llegar tarde a mi clase de pintura, es mi momento sagrado, el único que siento solo mío.

Entro corriendo, busco en las mesas de en medio, nuestro lugar habitual, pero no la veo. El corazón se me oprime, un vacío me aprieta el estómago. Cinco minutos hicieron la diferencia entre llegar a tiempo o perderme el encuentro más esperado de la semana.

Una mano roza mi espalda, como saludando. ¡Es ella!

- Hola, pensé que no lo vería hoy. ¿Todo bien? me pregunta con su cara angelical.
Le aparté un lugar en mi mesa. Venga, tiene que alcanzarnos.

Sonrío. La vida me vuelve al cuerpo, pensé que no la vería. 

- Muchas gracias, respondo. Mi expresión se relaja solo con verla. Temí quedarme hasta atrás, donde mi vista ya no alcanza. 

Coloco el maletín en la mesa, saco pinceles y acuarelas. Me dispongo a ponerme al día. Le pregunto qué han hecho y, como siempre, ella me explica con paciencia. Me guía.

No imagina lo importante que me hace sentir. Quisiera ser yo quien la ayudara, quien la guiara. Agradezco su empatía con estas canas, es mi excusa perfecta para compartir un rato con ella.

- ¿Y la familia? ¿Los niños? ¿Cómo le fue a Sara en el examen de piano?, le pregunto.

- Bien, me responde, un tanto desanimada. Mi esposo no logró llegar de nuevo por el trabajo y ella se sintió decepcionada. Pero es muy buena, estamos muy orgullosos.

- ¿Y Juan Diego? ¿Todavía deprimido por el cambio de sección? sigo preguntando como entrevistándola, tratando de meterme en su intimidad cotidiana. 

Me mira sorprendida. Qué buena memoria, me responde. Gracias por recordarlo. Ahí vamos, peleando para que se adapte, pero le cuesta. Tendrá que acostumbrarse; no queda otra.

Estas migajas de conversación me permiten imaginar su vida. Cuánto daría por ser parte de esa rutina. Quisiera preguntarle más, ¿Cómo la trata Sebastián, su esposo? ¿Será feliz? ¿Necesitará algo?. Que ganas de resolverle la vida. Me arde la impotencia de no poder ahondar en sus pensamientos.

- ¿Y usted?, me pregunta. ¿Cómo va ese corazón? ¿Ya conoció a alguien interesante?

Sonríe. Esa sonrisa que ilumina.

Yo también sonrío. Cuánto quisiera decirle que el único cariño que necesito es el suyo, que una milésima de su corazón bastaría para darle sentido a mi vida. Pero no puedo.

- No, imagínese. ¿Quién va a querer estar con un viejo achacoso? A mi edad uno ya no piensa en esas cosas. La lectura, mis pinceles, los recuerdos y algunos remordimientos llenan mis días.

- Necesita compañía, responde con ternura. Acérquese a su familia, verá que bien le hace.

Respiro hondo. Es una verdad que no puedo negar.

Mira el reloj, es hora de marcharse. El corazón me late con fuerza. Cada jueves me prometo invitarla a un café, o pedirle que me ayude con la técnica otro día. Pero cuando llega el momento, la valentía se me escapa.

- Me voy, dice apresurada. Tengo que recoger a los niños en casa de mi suegra o me tocará aguantar caras largas. Ojalá nos veamos el próximo jueves; si puedo, le guardo de nuevo un lugar. Qué gusto verlo.

Se despide con una palmadita en la espalda. Yo espero el día en que se anime a despedirse con un beso. Un par de veces me estrechó la mano y yo respondí tímidamente, el roce piel con piel me dejó paralizado.

La veo marcharse. Y en mi mente repito las palabras que algún día, espero, podamos ambos pronunciar:

- Adiós, hija.

Y que ella me responda:

- Adiós, Papy. Te veo mañana.

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