sábado, octubre 07, 2017

 




Relatos de una tarde gris
Ejercicio - Perspectivas (Taller NOS)


El accidente

Martha cruza la calle sin la precaución de siempre. La mezcla de enojo, frustración y ansiedad no dejó espacio para la prudencia aquella tarde de abril.

No vio el Honda azul que dobló con prisa en la esquina. Escuchó el rechinar de las llantas y el grito seco del vendedor de shucos a media cuadra, pero ya era tarde para evitar el impacto. Sintió el golpe primero en sus piernas y luego en la espalda, antes de que su cuerpo volara varios metros.

César, un joven que envejeció en cuestión de segundos, se bajó del vehículo apresurado. En su rostro se leía la angustia y el presentimiento terrible de haberle quitado la vida a alguien. Le temblaba todo el cuerpo. No encontraba fuerzas para acercarse, pero al fin lo hizo, rezando un Padre Nuestro.

Josué, el vendedor de shucos, fue el primero en acercarse a Martha. Le sostuvo la cabeza y trató de hablarle,  ¿Qué siente? ¿Qué le duele?. Se voltea hacia César y le gritó que llamara a una ambulancia.

Martha intentó balbucear unas palabras, pero no pudo. El sueño y el calor la invadieron, mientras su cuerpo se negaba a responder.

César, paralizado, no hallaba su celular. Josué pedía ayuda, pero nadie se acercaba. Martha cerró los ojos y se desmayó.


César

Colgó el teléfono agobiado por los pendientes de la boda. Aunque había repetido muchas veces a Sara que eligiera lo que quisiera, ella necesitaba su opinión en cada detalle. Esta vez tenian que aprobar la impresión de las invitaciones. Quedaron en la imprenta a la una y media y ya iba tarde.

Tomó su saco, el celular y salió corriendo al parqueo. El tráfico en la calle principal lo obligó a tomar una auxiliar. Sara lo llamó de nuevo; al contestar, el celular se le resbaló de las manos. Trató de recuperarlo, maniobrando el timón al mismo tiempo. Cuando levantó la vista, alcanzó a ver una figura frente al carro. Ya era tarde.

Frenó. Escuchó un grito y luego el golpe del cuerpo contra el vehículo. Fueron segundos que parecieron eternos. Vio el cuerpo elevarse por el aire en cámara lenta.

Bajó temblando. Rezó un Padre Nuestro, suplicando que la mujer estuviera viva.

El vendedor de shucos le gritaba que llamara a una ambulancia, pero César no encontraba el celular. De pronto sonó, era Sara. No supo si contestar o colgar. Miró a la mujer tendida en el pavimento y sintió que el alma lo abandonaba. ¿Habría muerto? ¿Cómo le explicaría a Sara que tal vez no habría boda, que las invitaciones tendrían que esperar?


Martha

Era uno de esos días en que un presentimiento aconseja no salir. El mismo cielo lo anunciaba. En pleno abril, el día estaba frío y nublado.

Su jefe la llamó antes del mediodía. La ansiedad y el miedo no la dejaban concentrarse. Entró a la oficina y vio un par de cartas sobre el escritorio. Lo que temía se cumplió. Durante los quince minutos que duró la conversación, solo escuchó con claridad tres palabras; despido sin indemnización. 

Sintió que la vida se derrumbaba. Firmó los documentos y salió sin protestar. Necesitaba caminar, pensar en cómo pagar el colegio de su hija, inventar una nueva excusa para su madre. El cansancio mental y físico la abrumaba. Se sentía de nuevo peleada con la vida y con Dios. Deseó desaparecer, sentirse ligera.

Enojada y frustrada, caminaba sin rumbo. Cruzó la calle sin mirar a los lados. Un carro apareció frente a ella. Escuchó un grito. Sintió el impacto.

Abrió los ojos y un hombre le hablaba, pero no entendía. Tenía sueño y mucho calor. Quiso hablar, pronunciar el nombre de su hija, pero el cuerpo no respondía. Recordó su deseo de hace unos segundos y en pensó en Dios, que mal momento pra escuchar sus peticiones. 

Sintió un escalofrio, miro el cielo y las fuerzas la abandonaron.  


Josué

No era una buena mañana. Los días nublados espantaban a los clientes. Nadie quiere salir a la esquina a comprar un panito cuando parece que va a llover.

Josué estaba preocupado, las últimas semanas no habían sido buenas. Entre deudas y cuentas pendientes con el dueño de la carreta, apenas podía dormir. Pero confiaba en su fe. Quince días antes había visitado al Cristo Negro de Esquipulas, pidiéndole bendición para este negocio. No tenía otra opción, en San Marcos no había trabajo y esta era su unica oportunidad. 

Al mediodía, cuando esperaba más clientela, seguía sin vender. Una mujer se acercaba distraída. Le ofreció un panito o una tortilla, pero ella no lo escuchó. Un instante después, al cruzar la calle, un carro azul apareció. 

Josué gritó: ¡Seño, cuidado!. Demasiado tarde. El golpe seco lo paralizó. Corrió a tratar de ayudar, le hablaba, pero ella no reaccionaba.

El conductor estaba en shock. Josué le pidió que llamara una ambulancia. Nadie más quiso acercarse. 

Mientras trataba de mantenerla consciente, pensó en las consecuencias, está siendo testigo de una posible muerte;  la policía, los interrogatorios, la posibilidad de perder el negocio. Aun así, tomó la mano de la mujer y rezó en silencio al Cristo Negro, que nunca le había fallado.



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