sábado, mayo 04, 2024

 


El día que mi cuerpo grito ¡estate quieta!
Colaboración Blog: Ladrona de Frases - Mujeres inspirando Mujeres

Cuando me invitaron a participar en este espacio y reflexioné sobre el tema, pensé; ¡qué ironía! Estaba en medio de un viaje express y, como es mi costumbre, había programado y planificado cada momento para sacarle el mayor provecho.

Asistí a un congreso y no logré desconectarme del todo de la oficina. En los tiempos libres hicimos networking, visitamos algunos lugares interesantes y alcancé a ver a una querida amiga. Regresé exhausta un domingo en la noche para retomar labores el lunes temprano.

Mi plan era trabajar un día y luego tomarme un descanso en Semana Santa. Por supuesto, ya tenía todo organizado; a dónde ir, con quién, qué hacer, incluso qué pendientes revisar. Pero mi cuerpo me tenia noticias. Sabio como siempre, me exigió, sin excusas un descanso completo, varios días en cama con una infección respiratoria y una gripe sin tregua.

Mi Semana Santa cuidadosamente planeada se desbarató con órdenes médicas y una receta clara: medicamentos tres veces al día, reposo, líquidos sin alcohol, paz, respiración consciente, quietud. Traducción: desacelerar con urgencia.

Desde que tengo memoria he vivido mis días a toda prisa. Hoy, después de muchos procesos de coaching y autoconocimiento, me entiendo mejor. Recuerdo mi niñez entre el colegio, médicos, cursos y clases de todo tipo, y fines de semana llenos de actividades culturales. Todo ello formó esta personalidad funcional y estructurada, donde la palabra desidia no tiene cabida.

Pero esta máquina perfecta que llamamos cuerpo también necesita ser escuchada. Después de años de exigirle esfuerzos sobrehumanos, creyéndome multitasking, me pasó la factura. Necesitaba respirar, parar, desacelerar.

Para mí, la respiración literalmente ha sido un tema de vida. Desde niña mis pulmones, esos órganos vitales y milagrosos, reclamaron atención y cuidado. El asma controló qué podía o no hacer. Gracias a la disciplina y al amor de mi madre y abuela, en la adolescencia y juventud la salud me dio un respiro. 

Siempre he querido comerme la vida. trabajar, estudiar, viajar, salir de fiesta, alargar los días. Sin saberlo, llevé a mi cuerpo al límite. Trató de advertirme y yo, en mi corre-corre, ni lo noté. Un día, cansado de no ser escuchado, me gritó un “¡estate quieta!”. Ahora los pulmones se aliaron con mi corazón y me pusieron un ultimátum.

Así empecé este camino, a las malas, por no detenerme, por no escuchar. Mi nueva normalidad me obligó a modificar mi vida, aunque la fuerza de la costumbre me siga jugando malas pasadas, como esta reclusión obligada en Semana Santa.

Hoy camino más despacio y me detengo a respirar, porque lo necesito. Sigo llenando mi agenda, saturando cada espacio libre, soñando con días de treinta horas, pero ahora trato de que cada actividad tenga sentido y congruencia, que me llenen de energía en lugar de drenarla; de crear momentos con la gente que quiero porque los días me parecen cortos.

Al llegar la noche, agradezco, medito, rezo y cumplo mis rituales de salud, acompañada de un gordito celeste que me regala vida y oxígeno desde hace siete años. Aprendí a meditar diariamente y eso aquieta a la loca de la casa, respiro. 

Algunas tardes disfruto del atardecer en mi balcón, me he vuelto contemplativa, respiro. Cuando necesito auto animarme, escucho un podcast para aprender algo nuevo, o uno que me desarme de la risa hasta que me duela la panza, respiro. Juego con mi perrita, mi compañera incondicional, leo un poema, respiro. Escucho música, leo mucho, a veces escribo… y respiro.

Respirar; recordar que Estoy Viva, que cada instante cuenta, que entre estos latidos pausados la calma me llama.

Desacelerar es un acto de amor hacia uno mismo. Es saborear cada instante, el fluir lento de la vida. 

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